En nuestra sociedad actual, es común encontrar padres que, con la mejor de las intenciones, buscan proteger a sus hijos e hijas de cualquier dificultad o consecuencia negativa que puedan surgir como resultado de sus acciones.
Si bien es comprensible el deseo de salvaguardar a nuestros seres queridos, es importante reflexionar sobre los efectos a largo plazo de esta actitud protectora.
Aprender de los errores es quizás una de las posibilidades de crecimiento más importantes que la vida nos ofrece. ¿Pero si estamos haciendo de esta una verdadera oportunidad?, ¿por qué en ocasiones nos cuesta tanto aprender de las equivocaciones o de las circunstancias difíciles que como individuos o como humanidad tenemos que enfrentar?, ¿qué es lo que hace que muchas veces persistamos en una misma acción o decisión sin modificar nuestro comportamiento?
Seguramente son múltiples las respuestas a estas preguntas, pero hoy quiero enfocarme en un aspecto que considero fundamental para la educación de nuestros niños, niñas y jóvenes, que es el de asumir los errores y las consecuencias que se derivan de estos, como la mejor oportunidad para aprender y crecer. Por ahí dicen, con mucha razón, que quien no se equivoca no aprende. Y nuestros pequeños y pequeñas sí que saben eso. Cuando están aprendiendo a caminar y se caen, vuelven y se levantan y lo intentan de nuevo, tratando de modificar aquello que hizo que se cayeran. Sin embargo, muy pronto empiezan a sentir que lo que les pasa no tiene tanto que ver con ellos, con sus decisiones o acciones, sino con circunstancias externas: “Me caí porque había una piedra”, en lugar de “me caí porque no fui suficientemente cuidadoso”. Es la misma circunstancia, pero dependiendo de cómo la vea y a qué le atribuya la causa, mi actuar va a ser distinto.
¿Estamos educando a nuestros niños para que le atribuyan lo que les pasa a circunstancias externas que no pueden cambiar o los estamos formando para que a pesar de las circunstancias puedan generar un cambio?
En ocasiones culpamos a la presión de grupo por las decisiones de nuestros jóvenes, y claro, es muy importante tomar acción sobre esto, ¿pero les estamos dando las herramientas que necesitan para no sucumbir a esta? Cuando no lo hacemos, los inhabilitamos, los volvemos inseguros y les mandamos el mensaje de que están a la deriva frente a un mundo incierto, cambiante y amenazante y les quitamos el poder de decisión.
En nuestra sociedad actual, es común encontrar padres que, con la mejor de las intenciones, buscan proteger a sus hijos e hijas de cualquier dificultad o consecuencia negativa que pueda surgir como resultado de sus acciones. Si bien es comprensible el deseo de salvaguardar a nuestros seres queridos, es importante reflexionar sobre los efectos a largo plazo de esta actitud protectora.
Permitir que los hijos asuman las consecuencias de sus decisiones, es fundamental para su desarrollo y crecimiento personal. Al hacerlo, les brindamos la oportunidad de aprender valiosas lecciones sobre el proceso de toma de decisiones y el sentido de responsabilidad hacia sí mismos y su entorno. Al enfrentar y superar las consecuencias de sus acciones, niñas, niños y jóvenes adquieren una invaluable habilidad: la resiliencia.
La resiliencia se refiere a la capacidad de adaptarse y recuperarse frente a la adversidad. Cuando un niño tiene la oportunidad de experimentar las consecuencias de sus errores o las circunstancias adversas, se le enseña una lección poderosa: el mundo no siempre es perfecto y todos cometemos errores. Sin embargo, lo más importante no es evitarlos, sino aprender de ellos y encontrar la manera de avanzar.
Cuando los niños son privados de la posibilidad de asumir las consecuencias de sus acciones, se les priva también del crecimiento personal que se produce al enfrentar la responsabilidad por lo que han hecho. Al evitar que asuman las consecuencias se corre el riesgo de criar a jóvenes que no comprenden el sentido de las normas y las reglas sociales ni del impacto que sus acciones pueden tener sobre sí mismos y sobre los demás. Cuando un niño infringe una regla y no enfrenta ninguna repercusión, se debilita su comprensión del propósito de estas y su respeto por ellas.
Cuando los padres tratamos de evitar que los hijos sufran las consecuencias de sus errores, les estamos transmitiendo el mensaje de que no son lo suficientemente capaces de enfrentar los desafíos. Esto puede minar su autoestima y confianza en sí mismos, impidiendo que desarrollen la resiliencia necesaria para superar las dificultades que inevitablemente encontrarán en la vida. La resiliencia es una habilidad crucial para afrontar el estrés y los obstáculos, y aprender a asumir las consecuencias de los errores desde una edad temprana fortalecerá la capacidad de los niños para enfrentar los desafíos futuros con confianza y determinación.
Los niños, niñas y jóvenes que no aprenden a asumir las consecuencias de sus acciones pueden enfrentar una serie de factores de riesgo, pues pueden desarrollar una actitud de irresponsabilidad creyendo que sus acciones no tienen repercusiones. Esta mentalidad puede llevar a comportamientos imprudentes y falta de consideración hacia los demás.