Por: Leonardo Pinzón
Hablar de educación en la contemporaneidad implica reconocer procesos emergentes, transformaciones profundas y nuevas realidades. La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido con fuerza en la vida cotidiana y en las aulas, despertando emociones que oscilan entre el entusiasmo por sus posibilidades y la incertidumbre frente a sus implicaciones. La UNESCO (2023) advierte que, además de su gran potencial tecnológico, la IA debe interpretarse en clave educativa con criterios éticos y humanos, de manera que no desplace dimensiones esenciales como el pensamiento crítico, la creatividad y la sensibilidad de las nuevas generaciones.
En este contexto, la enseñanza desde el arte y la creatividad, junto con el fortalecimiento de habilidades de innovación, no son un complemento, sino un pilar fundamental para acompañar a los estudiantes en la construcción de escenarios formativos más humanos y transformadores. Numerosos estudios confirman que la práctica sistemática del arte desde edades tempranas desarrolla el cerebro de forma excepcional, potencia la capacidad para enfrentar retos complejos y abre espacios fecundos para la expresión personal y la introspección. Rinne et al. (2022) evidencian que la exposición a experiencias artísticas no solo estimula destrezas cognitivas, sino que también fomenta la empatía, la reflexión con propósito y la transferencia de aprendizajes a múltiples contextos.
Referentes como Project Zero de la Universidad de Harvard, fundado en 1967 por Nelson Goodman (Harvard Graduate School of Education, 1967– ), han demostrado cómo las culturas de pensamiento y el pensamiento visible permiten a los estudiantes hacer tangibles sus ideas, reimaginar sus procesos de aprendizaje y comprender el mundo desde perspectivas más profundas, críticas y creativas. En este sentido, innovar en el aula a través del arte y la tecnología no significa únicamente incorporar herramientas digitales, sino brindar a los estudiantes competencias y destrezas que les permitan descubrir que su singularidad creativa tiene valor y puede transformar realidades.
La IA abre un escenario fascinante: desde el diseño de obras mediante algoritmos y lenguajes de programación, hasta la creación de entornos artísticos futuristas que convierten el aula en un laboratorio de imaginación y posibilidades. Sin embargo, lo esencial no es la herramienta, sino el diálogo ético que suscita: ¿qué significa ser humano en una era donde las máquinas también pueden aprender y crear?, ¿cómo garantizamos que la tecnología sea un vehículo para el desarrollo humano y no para su deshumanización?
El Foro Económico Mundial (2024) ha señalado que la creatividad y la innovación serán competencias indispensables en los próximos años, incluso por encima de muchas habilidades técnicas que hoy predominan en la sociedad. En este escenario, las instituciones educativas tienen la responsabilidad de formar jóvenes capaces de dialogar críticamente con la inteligencia artificial, pero también de empatizar con realidades humanas y proponer ideas con impacto social y ético. El arte, con su potencial inspirador y transformador, se convierte así en el aliado estratégico para mostrar a las nuevas generaciones que sus ideas no son simples ejercicios escolares, sino semillas de cambio capaces de responder a los desafíos globales que enfrenta la humanidad.
Referencias
Harvard Graduate School of Education. (1967– ). Project Zero. https://www.pz.harvard.edu/
Rinne, L., Gregory, E., Yarmolinskaya, J., & Hardiman, M. (2022). The effects of arts-integrated instruction on memory for science content. Frontiers in Psychology, 13, 1234-1246.
UNESCO. (2023). Artificial Intelligence and Education: Guidance for Policy-makers. UNESCO Publishing.
World Economic Forum. (2024). The Future of Jobs Report 2024. World Economic Forum.